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La ciudad después del COVID

Por Florencia Rodríguez Tourón, Especialista en movilidad urbana (Fundación Metropolitana) –  Hace ya más de un año que la pandemia ocupa el centro de la agenda de la sociedad y de cada sector de la economía. Y el transporte no es una excepción. Aunque la segunda ola parece detenernos en un déjà vu del 2020, hemos acumulado experiencia que hoy nos permite actuar mejor.

En 2020 nos focalizamos en las preguntas urgentes: ¿el transporte público es seguro?, ¿en qué condiciones?, ¿cómo puede ayudar la tecnología a reducir el contagio?, ¿cómo financiar un sistema que mueve a una fracción de sus usuarios habituales? En 2021 es preciso avanzar en una agenda que, haciendo pie en la coyuntura, aborde las cuestiones de fondo que anteceden y sobrevivirán al COVID-19.

La situación de la movilidad en el AMBA tenía muchas cuentas pendientes antes de la pandemia, pero ésta agregó algunos condimentos. La forma en que percibimos y vivimos la ciudad cambió. Modificamos nuestra forma de trabajar, de estudiar, de cuidar, de entretenernos, y esto impactó en cuánto y cómo nos movemos. Porque las necesidades de movilidad dependen de cómo las actividades humanas se distribuyen en el territorio. Viajamos porque tenemos que hacer algo en otro lugar. Por eso es imposible pensar la movilidad sin pensar la ciudad.

La necesidad de evitar aglomeraciones humanas puso en jaque el rol del centro porteño como gran concentrador de actividad económica y redefinió el rol del hogar, incorporando -virtualidad mediante- actividades que antes se hacían afuera. En una palabra, falta casa y sobra oficina.

El mercado inmobiliario reflejó rápidamente el cambio en las preferencias de (aquellos que pueden elegir su) localización. La variación interanual de los alquileres en el AMBA nos muestra un aumento sustancial de la disposición a pagar por viviendas más espaciosas y alejadas de la centralidad, con variaciones interanuales de alquileres en zonas del GBA que llegan a duplicar los valores del Macrocentro. Si bien las ventas registraron diferencias más modestas, se observa un gap en el mismo sentido. Los efectos de este boom suburbano se extienden a localidades fuera del AMBA, abriendo la pregunta sobre un desarrollo urbano con mayor balance a nivel federal y un posible despertar de las ciudades intermedias.

El rol de la oficina post pandemia aún no está del todo claro. Encontramos argumentos a favor y en contra de la presencialidad 100%, de la virtualidad 100% y de los esquemas híbridos, aunque cabe pensar en una reorganización de la fuerza de trabajo y, por tanto, en los usos del espacio urbano. En la CABA, según un informe de CIPPEC, casi la mitad de los empleos son teletrabajables, de modo que el impacto podría ser de enorme magnitud.

Según reportes de Google, la movilidad general en Buenos Aires se ha reducido sustancialmente, con excepción del aumento de viajes en zonas residenciales, observándose así un incipiente auge de lo local y, por tanto, una oportunidad para dinamizar el uso de los modos activos (la  caminata, la bicicleta, la micromovilidad en general). Esta tendencia se combina, sin embargo, con una marcada individualización de la movilidad motorizada. Mientras los viajes en automóvil se han recuperado prácticamente en su totalidad, las transacciones en transporte público siguen estando muy por debajo de los niveles pre pandemia, planteando interrogantes sobre la sustentabilidad del sistema.

En definitiva, si previo a la pandemia el sistema de transporte no se adecuaba exitosamente a la demanda, el escenario actual invita a repensarlo con mayor premura. Esta tarea implica comprender con el mayor detalle posible cómo se mueven las personas en el AMBA, haciendo uso intensivo de la tecnología disponible. Nuestros celulares y la SUBE son fuentes de datos valiosísimos que no se explotan en todo su potencial. Requiere también diseñar una estrategia de gestión de la demanda para que los viajes sean cada vez menos (en esto la pandemia fue clave al amplificar el rol de la virtualidad) o más cortos. Y, por último, planificar una oferta de transporte que permita utilizar modos más sustentables. Jerarquizar los modos activos, hacer más eficiente el transporte público, fomentar las aplicaciones de movilidad compartida y evitar que el auto privado conquiste espacios que había perdido.

No hay movilidad sustentable sin ciudad sustentable: compacta, con usos mixtos y densidades orientadas al transporte público. Monitorear los cambios de hábitos que sobrevivirán a la pandemia es clave para entender la movilidad que viene y prevenir que la pandemia nos deje más costos sociales y ambientales.