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Las lecciones de la trágica inundación de La Plata – Columna para InfoBae

POR LUCIANO PUGLIESE, FUNDACIÓN METROPOLITANA  – El 2 de abril de 2013 se vivió en La Plata la mayor tragedia por inundaciones de toda la historia argentina, con 89 muertos reconocidos. Cada 2 de abril necesitamos preguntarnos si aprendimos las lecciones que ese desastre nos dejó.

Este año las respuestas se iniciaron con un cachetazo. Una sentencia dispuso que los probados incumplimientos de deberes de uno de los funcionarios de Defensa Civil a cargo directo del calamitoso operativo de socorro se penarán con una absurda multa de 12 mil pesos y un año de inhabilitación para ejercer cargos públicos. Las responsabilidades de quienes estaban por encima de él y no le dieron los recursos mínimos necesarios ni previeron acciones preventivas se siguen dirimiendo en medio de un pantano judicial.

Se han hecho importantes obras en La Plata, muy especialmente las que canalizan y ensanchan el curso principal del arroyo más importante, el Del Gato, así como grandes conductos subterráneos que interceptan y derivan aguas de otros arroyos. No es un avance menor. Es una inversión en obra pública pocas veces vista y que abarcó dos gobiernos.

Así y todo, conviene detenerse un poco en esto. Frente a lluvias medianamente intensas muchos vecinos de La Plata siguen teniendo agua en sus casas, se complica la movilidad en general, y muchos barrios periféricos se vuelven directamente inaccesibles. Las obras en los cursos principales, por más importantes y necesarias que sean, no alcanzan a resolver décadas de inacción en toda la enorme red capilar de conductos menores, zanjas, o cuencos. Es que se trata de una región de cerca de un millón de habitantes. Los vecinos platenses, como lo harían los de cualquier otra ciudad, reclaman aunque sea un horizonte para avanzar en un verdadero plan maestro que “maneje” el agua desde allí donde cae hasta los cursos principales. No hay ninguna pista en presupuesto alguno sobre avances en esto.

Otra observación nos obliga a preguntarnos si las obras nos liberarán definitivamente de riesgos graves frente a eventos extremos como el de 2013, o los menores de 2002 y 2008 que también provocaron catástrofes. Ni que decir de “lluvia máxima probable” que calculan los expertos, superior a la del 2A. La respuesta ya harto conocida es un rotundo no. No hay espacio para relajarse en la preparación de las autoridades y la población sencillamente porque no hay obra capaz de protegernos de esos eventos extremos.

El recorrido hacia una ciudad organizada frente al riesgo de desastres, como lo vemos en otras ciudades del mundo, se presenta todavía demasiado empinado. No se cuenta todavía con un verdadero sistema de alerta ni un claro protocolo para los ciudadanos sobre qué hacer en cada barrio, ni certezas sobre cómo será la asistencia de las autoridades.

Hay un enorme salto cualitativo a dar y empieza por admitir que la región es inundable. Supone un cambio de mirada que debería teñir buena parte de las políticas públicas. Por lo pronto, es incompatible con las aprobaciones que se siguen otorgando para urbanizaciones en lugares que parecen inconvenientes sin siquiera algún estudio previo, como sucedió con 35 de ellas en una sola sesión del Concejo Deliberante en diciembre pasado.

Tampoco se explica de manera sencilla y directa qué protección brindarán las obras que están en marcha, y a cuál se podrá aspirar con las otras que deberán seguir. Parece sencillo: si no sabemos el umbral de protección “estructural”, siempre habrá temor y angustia frente a cualquier lluvia, como les pasa a los platenses.

Finalmente, la Universidad de La Plata, cantera de muchos estudios y propuestas, tomó la decisión de involucrarse de lleno en la formulación de un sistema integral de reducción del riesgo de inundaciones firmando un convenio con la municipalidad hace pocos meses. ¿Se podrá lograr finalmente, seis años después, la convergencia entre conocimiento y política pública?

Cada 2 de abril los que sufrimos la inundación en La Plata nos estremecemos porque recordamos lo que nos ocurrió como colectivo, y porque no estamos seguros de haber aprendido lo suficiente para que, si vuelve a ocurrir, no se repita igual.