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Pensar “glocal”: el rol del activismo barrial en las políticas ambientales

Por Trinidad Reynoso Castillo – Así como sucede en muchas otras esferas de la vida política, en el ámbito de la creación de políticas públicas el activismo civil suele ser un factor de peso a la hora de impulsar o rechazar proyectos. 

A nivel nacional los movimientos sociales que trabajan por el ambiente toman partido sobre cuestiones que afectan a la población, y por ende, captan buena parte de la agenda mediática. Por su parte, a nivel municipal este fenómeno se refleja en pequeñas agrupaciones barriales o grupos de vecinos convocados por una problemática local, que si bien no siempre recibe difusión mediática, tiene frecuentemente un impacto inmediato y palpable en la cotidianeidad de aquellos a quienes afecta.

En materia de ambiente y sustentabilidad, el impacto de lo local en el reclamo y la articulación de políticas públicas es especialmente notable dado que, muchas veces, son los municipios quienes reciben la protesta de los vecinos a pesar de su responsabilidad efectiva en la gestión. Sin embargo, como suele suceder con las problemáticas socio-ambientales, las causas y consecuencias de estas gestiones locales pueden extenderse mucho más allá de las fronteras municipales, afectando a otras localidades, a una provincia, a un país o a todo el planeta.

Esta superposición de aspectos locales y globales en una misma problemática recibe el nombre de “glocalización”, un concepto propio de la cultura japonesa importado a Occidente en los años 80 por colaboradores nipones de la prestigiosa publicación de negocios Harvard Business Review. Desde entonces, la idea de aplicar un enfoque “glocal” (pensar globalmente y actuar localmente) ha sido ampliamente adoptada en el abordaje de problemas ambientales, valorizando enormemente el rol de las iniciativas municipales y del activismo vecinal que las impulsa. 

Ya sean conscientes de ello o no, en el Área Metropolitana de Buenos Aires (AMBA) existen numerosas agrupaciones que aplican esta lógica a la hora de implementar o reclamar a sus municipios soluciones para los distintos problemas ambientales. A continuación, veremos algunos de los casos más prominentes o representativos.

Recuperar la costa

Según un estudio del Centro Nacional de Oceanografía (NOC), de la Universidad de Southampton del Reino Unido, la masa de microplásticos «invisibles» que se encuentran en las aguas superiores del océano Atlántico es de entre 12 y 21 millones de toneladas, llegando a los 200 millones de toneladas de basura plástica en el océano Atlántico. Esta basura, acumulada en las diferentes capas del océano, desemboca en los diversos ríos continentales generando una acumulación significativa de residuos en las costas. Así es el caso de la costa urbana de Vicente López.

Este municipio cuenta con un gran Paseo Costero con vista a la Ciudad Autónoma de Buenos Aires pero, el río está cubierto de residuos plásticos provenientes de los océanos y desechos que los visitantes del paseo  arrojan al suelo. De esta manera, un espacio verde público y urbano se ve empobrecido por las condiciones ambientales. Frente a esta situación y a la falta de acción por parte de las autoridades municipales, pequeñas agrupaciones vecinales decidieron tomar acción junto a ONGs (como Fundación Regenerar) y agruparse para realizar limpiezas en el vial costero.

Estas iniciativas vecinales despertaron interés de la Dirección de Desarrollo Sostenible de Vicente López, área encargada de los programas de gestión ambiental como “Día Verde” y “Punto Verde”. De este modo, gracias a la intervención barrial, el municipio instauró el cuarto sábado de cada mes como el día en el cual los vecinos y vecinas del distrito pueden ir a la costa a recolectar residuos. Aquí se puede observar como una iniciativa local se transforma en un Programa municipal. 

Repensar los residuos

Otro ejemplo es el caso de la organización Botella de Amor. Esta organización propuso realizar una recolección de residuos más eficiente. Para ello, recomiendan guardar todos los plásticos reciclables dentro de una botella tipo PET. Esto optimiza el espacio de guardado de residuos en los hogares y, disminuye las emisiones generadas por los camiones que los transportan.

A medida que esta iniciativa generó mayores seguidores en el Gran Buenos Aires, dueños de comercios comenzaron a ofrecer sus instalaciones como puntos de recepción de botellas, logrando más puntos de acopio. Si bien los espacios de recepción se fueron expandiendo, no llegaban a todas las partes en los distintos  municipios.

Ante la creciente popularidad  y la necesidad de transportarse hacia zonas lejanas de los municipios para dejar sus botellas, vecinos y vecinas comenzaron a proponer la implementación de campanas municipales para la recepción de las botellas. 

Finalmente, y gracias a la intervención de la ciudadanía, distritos como Quilmes, San Fernando y San Isidro, entre otros; presentaron puntos verdes de recepción de Botellas de Amor. De esta forma, las autoridades municipales se transformaron en el actor encargado de la logística de las botellas y de la creación de campañas de comunicación. Una vez más, observamos como una iniciativa del tercer sector en conjunto con vecinos y vecinas, logra impulsar proyectos municipales de mayor alcance.

Sentar precedente

Uno de los casos más emblemáticos es el de la cuenca del Riachuelo.  La cuenca Matanza – Riachuelo tiene aproximadamente un curso de agua de 60 km, con una superficie de 2.200 km2, y comprende parte de la CABA y de los municipios de Almirante Brown, Avellaneda, Cañuelas, Esteban Echeverría, Ezeiza, General Las Heras, La Matanza, Lanús, Lomas de Zamora, Marcos Paz, Merlo, Morón, Presidente Perón y San Vicente. 

Si bien el estado de la cuenca afecta a los habitantes de los municipios previamente mencionados, la administración depende de autoridades provinciales, nacionales y de la CABA generando un mayor conflicto a la hora de la gestión para el saneamiento.

Este es un conflicto histórico con una historia de grave contaminación ambiental desde hace varias décadas pero que, recién en el 2004 se logró, a través de una iniciativa vecinal que llegó a la justicia, y que impulsó el saneamiento de la cuenca y la reparación de los daños a la población. Judicialmente el caso es más conocido como “Caso Mendoza” y fue impulsado por 17 vecinos de la zona, un conjunto de ONGs como terceras partes, y el Defensor del Pueblo de la Nación. 

En el fallo final se estableció a ACUMAR como organismo correspondiente para garantizar la mejora de la calidad de vida de los habitantes de la cuenca, la recomposición del ambiente, y  la prevención de daños con suficiente y razonable grado de predicción. 

En síntesis, el fallo judicial, en favor de los vecinos, representa un caso estratégico y un hito que abrió el camino para que más vecinos y vecinas se junten en sus distritos para exigir cambios concretos y significativos. A pesar del adecuado funcionamiento (o no) de la ACUMAR, una vez más se prueba la importancia de las iniciativas locales para la puesta en funcionamiento de dispositivos de gestión regionales.

La importancia de pensar “glocal”

Más que ningún otro desafío al que la humanidad se haya enfrentado en el pasado, la crisis climática y ambiental presenta una complejidad que la vuelve irresoluble para cualquier gobierno u organización actuando en solitario. Por el contrario, afrontarla demanda niveles de cooperación internacional, interdisciplinaria y transectorial sin precedentes, donde deben participar  tanto organismos multilaterales como asociaciones barriales.

En este contexto, resulta imperioso visibilizar y poner en valor el trabajo de incontables agrupaciones vecinales, movimientos populares, ONGs, cooperativas, PyMEs y municipios, que trabajan por fuera del radar mediático para contribuir con el desarrollo sustentable de sus comunidades, y preservar el hábitat y la salud ambiental de sus habitantes. 

Implementar un pensamiento verdaderamente “glocal”, es decir, que delinee con claridad los vínculos entre problemáticas que trascienden fronteras (como el calentamiento global o la contaminación marina) y el trabajo de estos actores, es fundamental para fomentar modelos de sustentabilidad que sean a la vez escalables y respetuosos de la diversidad social, política y económica de cada territorio. 

Este enfoque, contrario a los esquemas que imponen políticas desde arriba hacia abajo, se puede comenzar a adoptar de manera sencilla, simplemente dando cada vez más lugar a las demandas del activismo barrial, construyendo políticas de abajo hacia arriba.

Un futuro sustentable diseñado por y para todos y todas es posible, pero solo si estamos dispuestos a pensar “glocal”.