Acordémonos de acordar - Informe Digital Metropolitano

Acordémonos de acordar

POR NAHUEL PALOMO –

La política y el arte de practicarla es completamente inherente al debate, la discusión y la persuasión para lograr acuerdos. Sin el ejercicio del debate no existiría la cualidad que ofrecen los consensos y los acuerdos, por lo cual, se puede decir que en la política es meramente natural debatir y consensuar.

A dos semanas del intento de magnicidio contra la vicepresidenta de la Nación pareciera ser que estamos condenados a vivir en la constante extrema tensión pública. Lejano nos quedó el repudio generalizado de aquel peligroso jueves por la noche, y naturalizado se nos construyó el escenario del cuestionamiento al hecho en sí mismo. La defensa democrática no puede situarse de a ratos según el clima de la opinión pública, sino que tiene que ser transversal a todas las fuerzas políticas. Si sólo se participa en el espacio público dependiendo el clima social y la coyuntura de turno, difícilmente se puedan imaginar planes políticos de largo plazo. Como expresó el politólogo Juan Courel: “Ser capaz de construir mayorías en el debate público no es una cuestión electoral ni de consensos lavados: es un método para acumular poder y transformar lo que se quiere transformar”.

No esperamos la ausencia de diferencias en el arco político, esto atentaría contra la esencia misma de la política. Los antiguos griegos siempre creyeron en la persuasión y los frutos que ofrece la retórica acompañada de un sinfín de argumentos acordes a cada discusión. En consonancia, las tensiones por el poder no se deben reducir al ámbito político, ya que son naturales al ser humano y aplicables a cualquier área en la cual este desarrolle su actividad. Sin embargo, la política es el arte madre para transformar realidades y debe velar por el bienestar general, por lo cual, las tensiones y diferencias personales se deben encontrar supeditadas a los proyectos amplios, plurales y colectivos.

Manifestación en los alrededores del Honorable Congreso Nacional Argentino.

Es fundamental no caer en el error de presentar a la actividad política como un ejercicio imparcial, meramente técnico y aislado de todo conflicto y subjetividad, pero sí se debe impulsar un sistema político que, desde las diferencias, tenga la madurez necesaria de acordar puntos comunes que sirvan como base para el desarrollo del bienestar general.

Desde el regreso de la democracia, en nuestro país se han vivido experiencias que encontraron escenarios de consensos trascendentes a las 2 principales fuerzas políticas. Estos tuvieron en la sociedad a un actor indispensable en el desarrollo de mecanismos para consensuar acciones futuras. A continuación, por un lado, se detallan algunos de estos hechos concretos, y por el otro, se mencionan situaciones de índole genérico que cuentan con algún tipo de acuerdo implícito por gran parte de la sociedad.

La recuperación democrática: Las elecciones de 1983 fueron la consecuencia de una movilización social activa durante la última dictadura cívico-militar, impulsada por la situación económica y el consenso del Nunca Más a la violación sistemática de los derechos humanos por parte del Estado argentino. En ese marco, se lograron reconocer los resultados de manera abierta y transparente, y la sociedad en su conjunto acudió a una fiesta democrática en su esplendor.

Pascuas: Como respuesta al alzamiento carapintada de 1987 que pretendía desconocer a la justicia y al gobierno democrático del presidente Alfonsín, la sociedad salió a la calle para respaldar el sistema institucional en su conjunto más allá del jefe de estado de turno. La fotografía que quedó registrada en la memoria popular tiene como eje central a Alfonsín en el balcón de la Casa Rosada y a su lado a la máxima figura peronista de ese entonces, Antonio Cafiero. Gobierno, oposición y sociedad civil consensuaron de forma implícita un accionar que iba en línea con el primer acuerdo aquí expuesto.

2001: Las políticas neoliberales de la década del 90 y la continuidad de ese plan económico de la mano de Fernando De La Rúa llevaron a que el estallido social sea la única manera de visibilizar los problemas económicos y sociales insostenibles para una sociedad que solo anhela vivir dignamente. Un sistema político que no daba respuestas no era compatible con un país con una tasa de desocupación del 21,5%, por lo que el hartazgo generalizado llegó a conformar en cántico popular lo que se pensaba en el seno del pueblo: “Que se vayan todos”. Este consenso social, que es el más triste de todos, visibiliza cómo la sociedad puede organizarse de manera autónoma ante el sistema político, y cómo éste debe responder de manera ágil y articulada a sus demandas.

Imagen de una de las conferencia de prensa sobre la gestión de la pandemia de: Alberto Fernández, Axel Kicillof, Gerardo Morales, Rodríguez Larreta y Omar Perotti

La pandemia del COVID-19: Cuando comenzó la pandemia más trascendental en la historia de la humanidad reciente desde la gripe española, nuestro país contaba con un gobierno que no llevaba 100 días al mando pero que encontró en sus líneas generales a una oposición que en los primeros términos acompañó las medidas tomadas por el oficialismo. Aunque con el correr de los meses las diferencias políticas se fueron acrecentando y dejaron de lado la esperanza inicial, el jefe del gobierno de la Ciudad de Buenos Aires convivió, pública y políticamente, con el presidente de la Nación, mientras que uno de los máximos referentes de la Unión Cívica Radical le encomendó a Alberto Fernández la siguiente misión “Usted es el comandante en la batalla, somos uno solo en esta pandemia”. A su vez, fuera del palacio, la sociedad acompañaba las primeras medidas sanitarias que velaban por la salud pública y la imagen presidencial rozaba el 80% de valoración positiva.

Memoria, Verdad y Justicia: Que nuestro país sea un ejemplo a nivel mundial en materia de defensa de derechos humanos está fuera de discusión. El Juicio a las Juntas Militares, el trabajo desarrollado por los organismos de DD HH y la movilización social por esta causa forman los 3 puntos estratégicos que hicieron a ésta una política de Estado. Hace décadas que los argentinos consensuamos que la mejor manera de regirnos en sociedad es de forma democrática, que los gobiernos tienen que ser integrados por personas elegidas por el pueblo, que la libertad de expresión es un valor que debemos proteger y profundizar, y que nunca más deseamos vivir una dictadura.

El funcionamiento de nuestro sistema electoral: Aunque hace meses se haya puesto en debate la manera en la cual votamos, la discusión no pasó por la legitimidad de los resultados que nunca fueron cuestionados desde el regreso a la democracia. En nuestro país han perdido gobiernos oficialistas, se ha ido a escenarios de ballotage y se ha ganado o perdido por diferencias cercanas a 1 punto. La discusión válida sobre el uso eficiente de los recursos estatales a la hora de organizar actos eleccionarios no puede quitar de vista que la génesis de los resultados electorales es ampliamente aceptada por la sociedad en su conjunto. 

En línea con estos ejemplos, se pueden hacer 2 reflexiones sobre los acuerdos políticos. Por un lado, la política pública termina de ser completamente eficiente si se convierte en política de estado, ya que demuestra que funcionó su diseño e implementación, y que la sociedad la reclama para la regulación de la vida en comunidad. El acuerdo entre fuerzas políticas es imperioso para la conformación de planes que se sitúen en áreas estratégicas para el desarrollo futuro de nuestro país: educación, salud, defensa nacional, economía del conocimiento e industrias mineras e hidrocarburíferas. De la misma manera que se logró la conformación de puntos que giran alrededor de preceptos consensuados, se tiene que moldear una serie de objetivos de fondo que pueden variar en sus medios y en los caminos utilizados pero que no deben renunciar a la esencia misma del programa nacional.

Por otra parte, no se puede abandonar la construcción de diálogo fluido entre el palacio y “la calle”.  La división de política y comunidad es un riesgo que nuestro país no puede naturalizar de forma permanente. Entre otras causas, los grandes acuerdos nacionales nacen porque la sociedad civil está completamente involucrada en los asuntos públicos, por lo que la exigencia sobre las autoridades es mayor y la responsabilidad de los funcionarios a dialogar con el pueblo es creciente. Ninguno de los acuerdos políticos trascendentales para nuestra historia hubiera funcionado sin la activa participación de la sociedad. Lo que nos lleva a preguntarnos, ¿nuestra sociedad busca cerrar “la grieta” desde la complementación del “otro” o desde su postergación? Como sociedad, ¿queremos acordar?

Para finalizar, en diciembre de 2021, Zuban Córdoba y Asociados publicó una encuesta nacional que señalaba que el 85% de los argentinos está de acuerdo con que la democracia es el mejor sistema de vida que tenemos, pero solo el 38,1% está satisfecho con nuestra democracia. Esto quiere decir que por más que hayamos logrado consensuar ciertos puntos generales de nuestras reglas sociales, éstos son completamente perfectibles y renovables. Así como el sistema político y la sociedad civil acordamos convivir en un modelo democrático, tenemos que profundizar nuevos acuerdos que perfeccionen los ya conformados e ir en búsqueda de nuevos horizontes colectivos. 

La satisfacción colectiva que puede ofrecer la democracia solo se puede lograr con políticas que se encuadren en un sistema que busque el bienestar general. Si estas acciones solo se dan en determinados gobiernos, y no en el sistema democrático en su conjunto, se estará ante la presencia de una democracia que solo funciona de a tiempos. Los acuerdos transversales a los gobiernos y permanentes al sistema hacen al cuidado de la democracia. Las políticas públicas de largo plazo que responden a las demandas colectivas hacen a las responsabilidades que se tiene ante una democracia que cumpla con sus principios. No olvidemos que no hay futuro democrático sin acuerdos, y no hay acuerdos sin diálogo colectivo.