Por Laura Masson – Antropóloga. Docente e investigadora de la Escuela Interdisciplinaria de Altos Estudios Sociales de la Universidad de San Martín. Directora de Políticas de Género del Ministerio de Defensa.
El 8 de marzo es una fecha que nos remite a diversas luchas por el reconocimiento de derechos de las mujeres y, en esa fecha, creo que este es el punto más importante para destacar. Podemos ubicar a principios del siglo pasado diversos eventos en los que las mujeres se organizaron para reclamar. Identificamos a la lucha por sus derechos laborales y por el derecho al sufragio como los más importantes en ese momento. Con el correr de los años, la declaración de las Naciones Unidas del 8 de marzo como Día Internacional de las mujeres y con la presión articulada de los movimientos de mujeres en todas partes del mundo occidental, este día de conmemoración se tornó en un evento mundial, con una multiplicidad de consignas donde se logran visibilizar agendas que son trabajadas arduamente y de manera constante por los feminismos.
En este contexto, Argentina es un ejemplo no solo por la masividad con la que se expresan los movimientos de mujeres y de la diversidad sexual en las jornadas del 8M, sino también por otras experiencias que potencian la agenda feminista a la vez que la discuten y problematizan. En nuestro país se realizan los Encuentros Nacionales -ahora Plurinacionales- de Mujeres desde hace más de 40 años, congregando en una ciudad del país diferente cada vez, a miles de mujeres y al colectivo de la diversidad sexual. En estos Encuentros, como en los 8M, en las marchas del “Ni Una Menos” e incluso en las movilizaciones que se realizaron en favor de la Ley de Interrupción Voluntaria del Embarazo, nos encontramos con manifestaciones de fuerza que no son canalizadas de manera unidireccional, porque una de las características distintiva del movimiento de mujeres es que no se organiza jerárquicamente. Esa es una gran potencia y riqueza de los movimientos feministas y de mujeres alrededor del mundo que logra interpelar múltiples agendas, con intereses y preocupaciones diversos y con formas del hacer que responden a perspectivas, problemáticas y territorios variados.
Es en el marco de esta escena múltiple, no exclusiva y heterogénea nos encontramos frente al potencial transformador de las mujeres y las diversidades. Argentina no solo se destaca por la irrupción en el espacio público de los feminismos, sino que, además, cuenta con momentos que han sido hitos mundiales en relación con la lucha por los derechos humanos, como las construcciones de sentido articuladas por las Madres y Abuelas de Plaza de Mayo y las protestas del 2001. Las tres menciones que realizo fueron protagonizadas por mujeres que muchas veces fueron invisibilizadas en sus roles como militantes activas. Esto nos remite a un problema que han destacado numerosas antropólogas e historiadoras, la no valoración o la dificultad de poner en valor las acciones y tareas que llevan adelante por las mujeres en nuestra sociedad, ya se trate de tareas excepcionales o cotidianas.
En este sentido, me interesa reparar en aspectos que algunos feminismos trabajan y debaten arduamente, y que, en la actualidad, surgen como una de las mayores inquietudes: la distribución del tiempo, la doble, o a veces triple jornada laboral, y el uso del espacio público. Como nos muestra la Encuesta sobre el Uso del Tiempo (INDEC, 2021), las mujeres dedican, en promedio y comparado con sus pares varones, casi el triple del tiempo a un trabajo esencial, pero no remunerado y realizado dentro de sus hogares. Esto nos muestra que existe un claro desequilibrio que disminuye las oportunidades de las mujeres de acceder a trabajos remunerados, que afecta su desarrollo personal y profesional, la planificación de momentos de ocio, la participación política, entre muchas otras dimensiones. A su vez, las mujeres que tienen empleos remunerados cuentan con una doble carga laboral, dado que luego deben realizar el trabajo doméstico y de cuidados en sus familias. Entre los tantos elementos que sustentan estas desigualdades, quisiera mencionar al uso del espacio público, que puede pensarse como un correlato de lo antes mencionado. Históricamente, el espacio público ha sido pensado con una perspectiva “ciega al género” ya que la planificación urbana no contemplaba la circulación de las mujeres y sus rutinas específicas. En todo caso, contemplaba a varones que podían estar eventualmente acompañados por mujeres.
A más de un siglo de los eventos que dieron lugar a la conmemoración del 8 de marzo y a casi medio siglo de la declaración de la Asamblea de las Naciones Unidas, los retos para el logro de la igualdad son menos visibles, pero igualmente persistentes. Creo que esta doble agenda, de equilibrio en las tareas de cuidado y de inclusión de la diversidad en el diseño del espacio para que sea verdaderamente público (es decir que incluya a todas las personas), contempla dos poderosos aspectos que deben ser pensados y resueltos desde una perspectiva feminista para el logro de un futuro más igualitario.