POR LUCIANO PUGLIESE, FUNDACIÓN METROPOLITANA – Cuatro años después de la inundación en la que más gente murió en Argentina, las obras prometidas ni bien ocurrieron los hechos van tomando forma, sobre todo las más complejas. El espacio de organizaciones “Asambleas de Inundados” calculó en marzo pasado que el plan había avanzado un 64% medido en ejecución presupuestaria que a precios de hoy superaría los 3 mil millones. Los trabajos habían empezado fuerte en junio de 2014, virtualmente se paralizaron a mediados de 2015 y últimamente retomaron un ritmo sostenido.
No obstante la cuenca del Arroyo Del Gato, la más importante de la región y la que más superficie y gente afectó, tenía un avance sensiblemente menor: el 51%. Además, los distintos tramos de canalizaciones están sembrados de dificultades: interferencias en conductos subterráneos aun no resueltas, atrasos siderales en la relocalización de familias asentadas en las márgenes, problemas contractuales, resistencias vecinales y de empresas, falta de ejecución de casi todos los nuevos puentes previstos, atrasos en expropiaciones, etc. Conflictos tal vez esperables por la magnitud de un emprendimiento con escasos precedentes y las debilidades de ejecución conocidas, pero que hacen presagiar que la promesa de la gobernadora Vidal de concluir con el plan a fin de este año será de casi imposible cumplimiento.
¿De qué hablamos cuando hablamos del plan hídrico en marcha? Son obras de conducción pluvial mediante ensanches de los cursos naturales, con o sin ejecución de revestimientos de hormigón, y obras complementarias como puentes. Todo orientado a que los ríos conduzcan más caudales. Desde un famoso anteproyecto coordinado por el ingeniero Pablo Romanazzi en 2006 para la cuenca del arroyo Del Gato, se sabía que estas obras eran necesarias porque se demostraba la enorme vulnerabilidad hídrica de la región. Lástima la reacción tan trágicamente tardía.
Las obras de macrodrenaje eran absolutamente necesarias; ¿pero son suficientes para enfrentar el riesgo?
Por lo pronto es evidente que si no se encara una segunda etapa de ampliación de las redes de microdrenaje, frente a una tormenta intensa el agua escurrirá por las calles, y dado que La Plata es una ciudad microondulada, seguirá habiendo grandes anegamientos en las zonas urbanizadas, tanto en las más consolidadas como en las más precarias, con el agravante que en éstas la vulnerabilidad social es mucho mayor.
Pero, ¿cuáles son los límites del sistema de drenajes? El mismo Romanazzi en un trabajo reciente para la Legislatura describió cuatro escenarios de tormentas para la región: a) tormentas ordinarias fuertes; b) tormentas extraordinarias; c) tormentas severas (en esta categoría está la del 2/4/13 y dos anteriores de menor intensidad ocurridas en 2008 y 2002); d) tormenta máxima probable (en base a proyecciones estadísticas podría llover hasta un 30% más que el 2/4/13).
Primera regla básica de un enfoque de riesgo: todos los ciudadanos debieran tener en claro qué tipo de tormentas “resiste” el sistema hidráulico. Esto se debe poder verificar en cada manzana, ya que la respuesta del sistema no es homogénea y además varía con el crecimiento urbano.
Lamentablemente no se ha podido conocer un solo “mapa de riesgo” siendo que desde 2006 en adelante, Universidad y consultoras han actualizado no menos de cinco veces los modelos hidrológicos de simulación. En una demanda judicial por acceso a la información pública la Provincia fue condenada en dos instancias, pero hasta ahora ésta viene eludiendo brindar los datos. Hay quienes conjeturan que las obras en curso permiten una respuesta adecuada solo para el primer nivel de tormentas. Como sea, trascendieron estudios oficiales que indican la necesidad de una cantidad muy importante de nuevas intervenciones, pero nada de eso tiene estado público, y mucho menos previsiones presupuestarias.
Frente a la evidente intensificación de las tormentas en la región y las dinámicas de transformación urbana, se sabe que los sistemas clásicos de conducción de agua pluvial, en este caso al Río de la Plata, tienen un límite. Entender eso obliga a ampliar el foco en las respuestas. No se trata solo de conducir, sino en todo lo posible, de retener el agua para moderar los caudales que llegan a los cursos receptores. Con este detalle: los sistemas de conducción son infraestructura en vía pública. En cambio, los sistemas de retención exigen reglas para la ocupación del suelo privado allí donde todavía hay mucha superficie vacante dentro de zonas en proceso de urbanización. Así ocurre en La Plata.
Segunda regla básica de un enfoque de riesgo: el manejo de excedentes pluviales también es un tema de gestión del suelo y de distribución de costos y beneficios privados para la satisfacción de intereses públicos. En la disciplina hidráulica este enfoque supone un rotundo cambio de paradigma: de la infraestructura sanitarista a la corresponsabilidad de los propietarios del suelo para moderar y retener excedentes pluviales.
En La Plata y la región ha sido casi todo retroceso en este punto. Unas tibias normativas municipales para evitar la urbanización en zonas de desborde natural y bañados son olímpicamente vulneradas. En su enfoque crudamente sanitarista, los técnicos que manejan la política hidráulica provincial viene autorizando rellenos y terraplenes en cualquier lado, con los desastrosos resultados que se hicieron tan evidentes en la cuenca del Luján tal como la justicia tiene demostrado hasta acá. En el bañado de Ensenada, vital para regular excedentes hídricos sea por lluvias o sea por sudestada, se proyectan 1500 hectáreas de urbanización polderizada, con 180 primeras en vías de ejecución hoy detenidas por un amparo judicial. Cualquier nueva urbanización en zonas aptas debiera de todas maneras estar obligada a dejar espacios para retener los excedentes pluviales que genera durante un tiempo. También hay propuestas por parte de distintos actores para usar varias canteras como enormes reservorios, así como decenas de hectáreas de playones de supermercados, habilitación de cisternas en los edificios, además de uso de grandes superficies de espacios públicos, entre otras.
Un “plan estratégico” lanzado hace más de un año, que debiera dar definiciones medulares sobre las estrategias de ocupación y uso del suelo, no puede mostrar todavía propuestas concretas. Mientras tanto la ciudad desarrolla dinámicas de crecimiento aceleradísimas con una enorme expansión formal y sobre todo informal. La hiperdensificación en el centro de La Plata no ha contribuido con un solo peso a la adecuación de las infraestructuras en el mismo centro y en el resto de la ciudad.
Comprender que las obras estructurales de conducción o retención tienen una capacidad límite, implica tomar noción de los riesgos que pueden correrse en cada sitio si ese límite queda rebasado. Esto conduce a la ineludible tarea de prepararse individual y colectivamente para situaciones críticas. Tercera regla básica de un enfoque de riesgo: no hay gestión hídrica si no se abordan políticas en los componentes “no estructurales”. Son los sistemas de alerta temprana y los planes de acción para las contingencias. Todo ello tiene un vector transversal fundamental: la comunicación social del riesgo.
En La Plata, la ciudad más castigada en la historia argentina, no se encaró una comunicación sobre el riesgo señalando de qué protegen las obras y de qué no, qué previsiones tomar en la construcción de las viviendas, qué medidas debieran adoptar las familias en caso de emergencia, qué esperar de las autoridades, cuáles son los centros de reunión si hay que abandonar las viviendas, o por dónde conviene transitar (La Plata tiene profundas diferencias de nivel en pocas cuadras), qué hacer cuando hay minusválidos y decenas de etcéteras más. Si bien hay una nómina más bien escuálida de lugares intermedios a los que se podría concurrir ésta solo se puede obtener en una intrincada navegación por internet. Una campaña intensa en este sentido debería llevarse adelante con un énfasis especial como mínimo en aquellas zonas en la que cualquier simulación mostraría que hay riesgos más agudos y muy especialmente en aquellas donde la vulnerabilidad social es mayor.
Hasta ahora, la gran mayoría de las escuelas de la región no han elaborado planes ante la emergencia y casi no se observan obras especiales para mejorar la protección de equipamiento estratégico como hospitales o centros de salud y otros edificios públicos.
Se ha hecho un despliegue importante de equipos de medición de parámetros hidrometereológicos, pero no se contempla una modelación hidrológica en tiempo real que permita predecir con un par de horas de anticipación el comportamiento de los excedentes en las distintas zonas de la ciudad. La información que brinda la Municipalidad de La Plata es limitadísima, a diferencia de lo que se observa en los sistemas de vigilancia hidrometerológica incluso en nuestro propio país, donde cualquiera puede contar con información en tiempo real sobre lluvias y otras variables en cada sitio de la red.
En hipótesis, subyace en algunos administradores la noción de que lo que ocurrió fue excepcional, y que la gente prefiere no asumir que vive en una ciudad inundable. En todo caso son las autoridades las que deben prepararse, pero no estaría bien generar alarma en la población informando “en exceso”. La comunicación del riesgo tiene una máxima al respecto: si me ocultan algo para “protegerme”, solo me están haciendo un daño.
Como casi todo en política pública, hay que saber del tema, hay que tener los recursos, pero sobre todo, hay que saber cómo cooperar con otros. Cuarta regla básica: Gestionar en base a un enfoque de riesgo requiere necesariamente de la coordinación de cierta cantidad de actores que se mueven en distintos ámbitos y escalas.
Sucede muy poco en la región. El Comité de Cuenca, ámbito creado por la Ley de Aguas, casi no se reúne. Municipio y Provincia tienen escasa coordinación. El impresionante acervo de conocimiento creado desde la Universidad, incluso con proyectos ad hoc promovidos después del 2 de abril, casi no permea en la práctica concreta. Cada cual atiende su propio juego.
Una síntesis hasta aquí diría que la región está siendo dotada, no sin dificultades, de unas muy importantes obras hidráulicas para conducir mucho mejor los excedentes pluviales que parecen ser cada vez más grandes y frecuentes. Pero hay una distancia entre una ciudad con obras y una ciudad gestionada con enfoque de riesgo. Las cuatro reglas básicas que hemos sugerido buscan explicarlo. Es claro, todos caemos ante el “encantamiento” de la gran obra pública, pero lamentablemente no siempre es suficiente. Menos cuando las ciudades crecen y se transforman.