Por Fernanda Garcia, asesora en la Dirección General de Relaciones Institucionales del Ministerio de Transporte de la Nación y Ganadora del Laboratorio de Ideas 2021
Históricamente la organización de las ciudades, y la movilidad dentro de las mismas, fue concebida desde una perspectiva androcéntrica que tomó como referencia para la planificación a un “usuario promedio”, generalmente asociado a un hombre, jefe de familia, de mediana edad y sin dificultades de movilidad.
Esta perspectiva invisibilizaba la incidencia del género, la edad y las discapacidades en las formas de movilidad, causando la exclusión de las mujeres y minorías (personas con discapacidad, adultos mayores, niños, etc) en el acceso a las distintas oportunidades que ofrecen las ciudades.
Incluir la perspectiva de género en la movilidad urbana, implica virar hacia un sistema que contemple la multiplicidad de motivos por los cuales se mueven las personas, sus horarios de viaje y qué medios prefieren en dichos horarios.
Actualmente, el sistema de transporte público de pasajeros está pensado en base al patrón de viajes que realizan generalmente los hombres, viajes pendulares que van de la casa al trabajo y viceversa, aunque eso no sea un reflejo de la movilidad real de la mayoría de los usuarios que son mujeres.
Según un estudio del CAF (“Ella se mueve segura”), en el Área Metropolitana de Buenos Aires las mujeres realizan, en promedio, más viajes (2,44) que los hombres (2,30), aun cuando la proporción de personas que viajan es similar para ambos géneros. Esto se debe a que las mujeres utilizan el transporte público más veces por día para poder cumplir con el trabajo formal y las tareas de cuidado (según el rol social e históricamente asociado y asignado a la mujer).
Sin embargo, la presencia de las mujeres en el transporte público se reduce sustancialmente durante la noche debido al miedo y la inseguridad. Estos dos factores obligan a las mujeres a optar por medios de transporte más “seguros”, como el taxi o remis, asumiendo un costo extra por el simple hecho de ser mujeres.
Otro gran desafío de las ciudades es crear entornos accesibles para las personas con movilidad reducida. Según el Banco Interamericano de Desarrollo (BID), existen 4 tipos de barreras que los usuarios pueden encontrar en el sistema de transporte público. Las físicas (molinetes, escaleras, falta de rampas, etc.), operacionales (ascensores fuera de servicio, falta de asistencia por parte del personal, etc.), comunicacionales (ausencia de letreros o señales audibles) y actitudinales (falta de empatía por parte del personal u otros usuarios). Estas barreras dificultan y prolongan el tiempo de viaje de las personas con movilidad reducida, limitando sus capacidades de realizar tareas cotidianas.
Es importante resaltar que son los entornos inaccesibles los que crean dificultades en la movilidad. La mayoría de las personas adultas o con discapacidad son capaces de viajar por las ciudades, siempre y cuando sean inclusivas en todas sus dimensiones.
En este sentido, el compromiso político de solucionar estos problemas históricos es fundamental para poder avanzar hacia medios de transportes inclusivos.