POR AGUSTÍN SUÁREZ , DIRECTOR GENERAL DE GESTIÓN DIGITAL – En septiembre celebramos, por primera vez en Sudamérica, la exposición de ciudades de futuro más importante del mundo: Smart City Expo Buenos Aires. Participaron más de 7000 personas, 100 ponentes nacionales e internacionales y más de 30 empresas líderes. En la exposición hubo sensores, maquetas de realidad aumentada, impresoras 3D, visores de realidad virtual, drones y muchos más dispositivos. Pero es importante dejar en claro algo: ser una ciudad inteligente es mucho más que tecnología de última generación.
El testimonio de Aníbal Gaviria, ex alcalde de Medellín y uno de los oradores principales del evento, ofreció un claro ejemplo. Esa ciudad colombiana pasó de ser una de las ciudades más violentas del mundo a una de las más innovadoras en términos de soluciones de desarrollo urbano.
El camino no fue sencillo. Medellín aparecía en las portadas de los medios internacionales por un personaje: Pablo Escobar, el narcotraficante más conocido del mundo. Esta fama parecía imposible de revertir, pero demostraron que se puede ser la ciudad más innovadora del mundo (según un concurso de Wall Street Journal, en 2013) si se concibe un abordaje integral. El esfuerzo de Medellín se fundamentó en cuatro claves: innovación sobre la necesidad —las escaleras mecánicas para los vecinos de una zona geográfica deprimida que debían ascender el equivalente a 28 pisos se convirtió en un ícono de innovación mundial—; tecnología en estructuras —como el primer edificio inteligente de las empresas públicas de Medellín—; iniciativas culturales inclusivas —como parques hechos biblioteca o centros culturales en zonas excluidas—; y sistemas de transporte eficientes y poco contaminantes. Estos pilares tuvieron resultados contundentes, como la reducción en un 80% de las tasas de criminalidad en 20 años.
Gaviria cree que lo que permitió que la ciudad florezca fue que los vecinos participaron en el proceso de construcción, diseño, aprobación de los proyectos públicos y los programas de gobierno.
Este caso demuestra que la tecnología no tiene que ser necesariamente el foco pero puede ser una aliada clave en el desarrollo urbano. Para poner otro ejemplo concreto, construir una red de servicios inteligente no está sujeto a tener tecnología de punta: depende del encuentro entre un gobierno comprometido y una ciudadanía participativa que trabajan en pos de objetivos inteligentes.
Las ciudades son organismos vivos y la tecnología es una herramienta clave para desarrollar un cerebro brillante y un sistema nervioso eficiente, para poder analizar los datos que una ciudad produce constantemente y convertirlos en información útil.
Desplegar, por ejemplo, una red de sensores es crear ese sistema nervioso, mientras que construir un sistema de análisis de datos es desarrollar ese cerebro. Con ese objetivo, en Buenos Aires dimos el primer paso al instalar mil sensores por toda la ciudad que medirán variables atmosféricas y meteorológicas, contaminantes como el nivel de dióxido de carbono en el aire, niveles de ruido, conteo de personas y conteo vehicular, niveles de radiación solar y vibraciones sísmicas.
Con estas herramientas, el horizonte de posibilidades es cada vez más apasionante. Si consolidamos una ciudad con bases de datos sólidas podremos desarrollar patrones y tener prácticas predictivas, como anticiparse a temporales, prever congestiones de tránsito o elaborar mejores estrategias de seguridad.
La pregunta es, en definitiva, es para qué hacer todo esto. Horacio Rodríguez Larreta, el jefe de gobierno porteño, dijo en su paso por la Expo Smart City que una ciudad inteligente es aquella en donde la gente vive más feliz. Esta frase encierra un matiz clave: la felicidad de la gente varía según la ciudad, país e historia, y no hay una receta para hacer una smart city. Cada ciudad tiene su idiosincrasia, su forma de vivir y, por ende, su forma de ser feliz.
Desde el Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires la propuesta es construir una ciudad inteligente al poner la innovación al servicio del vecino. Pero no podemos hacerlo solos: necesitamos unos vecinos participativos e inteligentes que propongan, innoven y corrijan. Porque nuestro objetivo es construir una ciudad inteligente de forma colaborativa y responsable, que tenga a las personas en el centro.
En definitiva, generar información para tomar mejores decisiones y así incidir en la vida de las personas con políticas públicas. El final del cuento es uno solo, ser más felices.