POR CARLOS FARA, CONSULTOR Y ANALISTA POLÍTICO – Sexta elección de jefe de gobierno en la CABA. Tres lleva ganadas el PRO, una el radicalismo puro, otra el radicalismo en alianza con el Frepaso, y una de un Frepaso mutado en kirchnerismo. Casi 20 años después del primer comicio del distrito autónomo, está claro que la marca liderada por Macri va tiñendo la historia a su favor.
La «endiablada» ciudad parece haber encontrado una horma para su zapato para esta época. El radicalismo fue el partido dominante en la época en la cual la sociedad era distinta: menos cosmopolita, menos sofisticada, menos desestructurada, más tradicional. La coyuntura del 2001 fue terminante para que exista la oportunidad de construir otra cosa, casi totalmente distinta.
Ya no es tiempo de grandes relatos, ni de ideologías, ni de doctrinas, ni de punteros barriales, ni de parroquias, ni nada por el estilo. Se vino la supremacía de los medios, de las encuestas, de la opinión pública, de las redes sociales, de lo light y lo cool. Ese cambio cultural que fue incubándose en los ’90, terminó de explotar la década pasada, más allá del modelo socioeconómico preponderante a nivel nacional.
Vistos los 32 años de democracia, se podría decir que el distrito tuvo 3 etapas: 1983 – 1993 con predominio radical; 1993 – 2003 de tránsito hacia algo distinto, con la aparición del Frepaso primero y el PRO luego; y una tercera que comienza en 2003 con la irrupción de la fuerza amarilla. Como era previsible estructuralmente hace 20 años atrás, el nuevo anfitrión fue una confluencia transversal de peronistas, radicales, liberales e independientes. Se veía venir: el Frepaso ya fue un aviso que cumplió su etapa.
La «endemoniada» CABA se auto asigna el rol de equilibrador. Durante los ’90 el Frepaso y el radicalismo hicieron valer el hemisferio socialdemócrata frente a las reformas pro mercado de Menem, y en los últimos 8 años se activó el hemisferio de centro para contrapesar el giro pro Estado de los Kirchner. Es como si los porteños se hubieran asignado el rol que Montesquieu imaginó para el Parlamento frente al poder del rey. Sólo que aquí es como una conciencia contracultural respecto a la mayoría del país.
Pero claro, no todo es cheks and balance. Como se señaló antes, también existen cambios culturales propios, ciclos políticos que se cumplen, liderazgos que aparecen y premio a gestiones. En este combo se debe explicar el triunfo de Horacio Rodríguez Larreta (HRL) el pasado 5 de julio.
Nunca existieron dudas sobre un triunfo del PRO desde por lo menos un año atrás, aunque falte la segunda vuelta. Los factores son claros:
- La gestión de Macri tuvo durante todo este segundo mandato una aprobación superior al 60 %, e incluso en el momento en que se estrenó el metrobus de la 9 de julio superó largamente ese porcentaje.
- Este segundo mandato además fue mucho más positivo en términos de opinión pública que el primero, reconocido por propios y extraños.
- Más allá de la gestión, el PRO se ha instalado como una marca sólida en el distrito que sin duda está sintonizado correctamente con la matriz cultural.
- Durante estos últimos 4 años tampoco se constituyó una oposición con posibilidades: el intento de UNEN de 2013 terminó diluido de la peor manera, y desde el kirchnerismo nadie se planteó un trabajo de largo plazo para volverse más competitivo.
El ganador ya no tiene territorios desconocidos. Se impone en toda la ciudad con comodidad, más allá de su predominio en las comunas costeras del Río de la Plata. Incluso se sabe a partir de las PASO que también ha cambiado la historia en las villas de emergencia, a fuerza de trabajo político y presupuesto más generoso.
Fuera del triunfo de HRL, el electorado premió una opción política que se podría llamar «PRO b», en el sentido que es algo nuevo, en el que confluyen desde diversas vertientes, con un estilo de campaña cool, con un líder que tampoco militó en política activamente antes de pasar por la gestión bonaerense, y el cual además tiene un estilo descontracturado (como Macri ahora) y con una vida privada un tanto pública (como Macri durante mucho tiempo). Es decir, el éxito de la instalación de Losteau / ECO responde a que también sintoniza con la matriz cultural como lo hace el nuevo patrón del distrito.
Más allá de esos comentarios, fue todo un mérito de Losteau construir una opción electoral competitiva sobre las ruinas de UNEN, con poco tiempo, instalando una nueva marca, articulando con personajes diversos y complejos, y frente a los aparatos del estado local y nacional.
El Frente para la Victoria presentó una cara pobre que hizo extrañar tiempos mejores de la mano de Filmus. Una campaña sin ideas, con un candidato que no es líder, y con la dificultad de entusiasmar a un electorado progresista o de izquierda. Lo curioso es que esta debacle electoral se produce en momentos en los cuales la Presidenta está teniendo uno de sus mejores registros de aprobación de los últimos años.
Por último, la izquierda dividida se queda con el mérito de haber juntado 7 puntos de la cara de un histórico -Zamora- y una cara nueva –Bregman-.
Las campañas como tales no aportaron mucho. La mitad del electorado que no votó por HRL busca básicamente -hace mucho- un «Macri con conciencia social». Esto es, un buen administrador pero que ponga un énfasis en lo social, la educación y la salud que no ven en la gestión amarilla. El PRO se dedicó a la gestión, lo mejor que podía hacer. El FpV se dedicó a hacer una campaña un poco light, de bajo impacto, y apelando sólo a «los 2 modelos nacionales».
Lousteau tuvo quizá la campaña más creativa y bien sintonizada con aquellos que creen que ni está todo bien, ni está todo mal: se paró desde la transparencia, la necesidad de mayor control, la mala utilización de los recursos -explotando sus atributos de economista- y las falencias sociales. Su slogan «Evolución» era conceptualmente correcto, aunque con poco feeling para imponerse en el 55 % que no sufragó por el oficialismo. Sin embargo, frente al piso de 60 % de aprobación de la gestión Macri era necesario hacer algo más fuerte, impactante.
Ahora viene un balotaje con final anunciado. Para destronar a una marca política tan solidificada en el distrito hace falta tiempo para construir y llamar la atención al amplio centro desde propuestas innovadoras y superadoras. Cuando suena el timbre de la campaña, la mayoría de las veces ya es tarde para ganar una elección, paradójicamente.