(Por Guillermo Dambrosio) ¿Cuál es el rol de las universidades respecto del lugar geográfico en el que se radican? Inversamente ¿Debe el lugar en el que se radica una casa de altos estudios influir en su currícula? ¿Claustros de puertas abiertas a la comunidad: una alteración de la función académica o una reformulación necesaria en la sociedad posmoderna de la interdisciplinaridad? ¿El mundo de la técnica se subordina a las necesidades sociales o se codeterminan? Todos interrogantes que aparecen en cualquier reunión de consejo directivo de esas entidades de formación profesional. A las estructuras centenarias, o incluso las de apenas unas décadas, les cuesta más pero a las nuevas universidades todos los interrogantes les vinieron dados. En el Gran Buenos Aires, entre 1989 y 1995 se crearon cinco universidades nacionales: Las de La Matanza (UNLaM), Lanús (UNLa), General Sarmiento (UNGS), San Martín (UNSaM) y Tres de Febrero (UNTreF). Más cerca en el tiempo, la oferta se duplicó con las inauguraciones de sus pares del Oeste (UNO), Avellaneda (UNdAv), Moreno (UNM), Arturo Jauretche (UNAJ, radicada en Florencio Varela) y José C. Paz (UNPAZ). La más nuevas de ellas, que transita el camino legislativo para nacionalizarse, es la provincial de Ezeiza (UPE) y es el ejemplo más claro de la adaptación de un claustro a la comunidad humana y productiva en la que está inserta, con un departamento específicamente diseñado para las carreas con orientación en la demanda del Aeropuerto Internacional Ministro Pistarini, radicado en ese municipio.
Parten de la base de que no hay dicotomía real entre producción y academicismo, entre el mundo de las manufacturas y el de las ideas y la transmutación de conocimiento. Al contrario, se proponen empoderarse, socializar los beneficios que cada uno puede aportar. Ariel Ubieta, delegado organizador – virtual rector interino- de la UPE, lo expone precisamente con un ejemplo: “Por el lado de los empresarios, estamos estableciendo vínculos con la Unión Industrial Argentina para que la universidad actúe como articuladora ante los industriales de la región”.
No se trata sólo de un link utilitarista: ambas instituciones se nutren mutuamente de los desarrollos de cada sector. Las casas de altos estudios captan mano de obra local y abocada al estudio de las distintas ramas específicas de la productividad, mientras que las compañías facilitan la inserción laboral, especialmente el acceso al primer empleo, y brindan un ámbito de aplicación de los procesos experimentales derivados de las investigaciones que se realizan en las aulas.
El interrogante se suscita en el plano de las contrastaciones ¿las comunidades educativas acusan recibos de esa imbricaciones? En los últimos diez años, un 68 por ciento aumentó el egreso de las universidades, lo cual equivale a inclusión y movilidad social ascendente. El caso de la Universidad Nacional de La Matanza es ejemplar: el 90 por ciento de sus 46 mil alumnos son primera generación universitaria en su familia.
La cifra no llama la atención si se tiene en cuenta que la descentralización de la educación superior, con sustento estatal, se dio hacia las zonas que históricamente fueron fuente de mano de obra sin especialización técnica. El sur y el oeste provincial están regados de los llamados “municipios dormitorios” cuyos habitantes son trabajadores nómades de lunes a viernes: Se movilizan al primer cordón o a la CABA para brindar su fuerza de trabajo allí y regresan ocho horas más tarde para convivir con sus familias. Sus hijos e hijas, en muchos casos, cruzan el Riachuelo al mismo tiempo para estudiar una carrera de grado. Ubieta fundamentó en esa línea la instalación de la UPE en Ezeiza: “Una primera idea fue no ser competitivos con las universidades de los alrededores, pero al mismo tiempo, abastecer esa demanda insatisfecha a nivel curricular y vinculado fuertemente a las organizaciones sociales de la comuna”, indicó el académico.
Enfocando su respuesta desde una lectura más bien histórica, al ser consultado para esta nota el ingeniero Jorge Calzoni, rector de la UNDAv, subrayó la fuerte relación que hay entre los requerimientos políticos de la época más reciente y el impulso a esa gran transformación pedagógica: “La mayoría de las universidades públicas nuevas nacemos al calor de una propuesta de los distintos intendentes, y con fuerte vínculo en el origen de cualquiera de ellas”.
Cuestión de política de estado
Las universidades públicas, de ellas exclusivamente tratamos aquí, fueron víctimas del neoliberalismo en el final del siglo pasado: desfinanciadas y confinadas a la gestoría de profesionales de magra experiencia, estuvieron al borde de ser privatizadas. El cambio de política coincidió con el decanato del peronismo kirchnerista: según estadísticas de la Secretaría de Políticas Universitarias, el gasto presupuestario trepó en toda la Nación de 1991 millones de pesos en 2003 a 12.330 millones en 2010, lo que significa un avance de 519 por ciento.
Con el Programa de Desarrollo de la Infraestructura Universitaria en marcha se financiaron 206 obras por un total de 748,7 millones de pesos en el período 2005/2012, y el Plan Federal de Infraestructura del Ministerio de Ciencia, en marcha a partir de 2008, ha atendido cincuenta reformas más en institutos de investigación. Aunque no hay datos desagregados de cuánto de esa torta le correspondió al Gran Buenos Aires, los rectores enfatizan que fueron reconocidas sus demandas por firmar el convenio del Programa.
Pero no sólo de recibir recursos se construye una casa de altos estudios. En el plano provincial, Ubieta destacó también la convocatoria para formar parte del Plan Estratégico Productivo 2020, la plataforma económica que el gobernador Daniel Scioli pretende impulsar para la última mitad de su gestión.
Antes que el birrete vuele
La apertura de la porteña Universidad Metropolitana para la Educación y el Trabajo (UMET) a mediados de mayo último cristaliza una vez más de la simbiosis entre las necesidades productivas y de adecuación de la propuesta académica. Considerada la ‘universidad de los trabajadores’, es la primera en ser impulsada y gestionada por un sindicato -el de los encargados de edificio- es la única que desde sus postulado blanquea su vocación de articular “políticas públicas, desarrollo de las áreas metropolitanas y responsabilidad social empresaria”.
¿Cuál es el primer peldaño? Calzoni lo explica desde el caso personal que le tocó encarar, basado en su experiencia previa en el departamento de Extensión Universitaria de la histórica Universidad Tecnológica Nacional (UTN, con sede en Avellaneda también): “Se hizo un estudio de la demanda en 2006. Se encuestó a los chicos (el municipio hizo ese trabajo) y se obtuvo que el 23 planteaba como necesidad la creación de la carrera de ‘informática’, ya que la UTN no tiene ingeniería informática, salvo en la CABA. Esa fue una de las demandas más clara. La otra fue en materia de Medio Ambiente, teniendo en cuenta las problemáticas locales con un Arroyo como el Sarandí o el polo petroquímico”, recuerda el rector en la charla mantenida con el IDM.
Sin embargo, las currículas son seres vivientes. Al estar insertos en sus comunas, estas casas de altos estudios tienen una alta propensión a modificar su oferta según los agentes con los que interactúen. La UNdAv, por caso, contrató al zar de la industria de los sepelios, Ricardo Péculo, para coordinar una Tecnicatura para la Gestión de Empresas Fúnebres que antes sólo se dictaba en Estados Unidos, según Calzoni. “Todo el tiempo aparecen nuevas demandas. Cuando empezamos a funcionar teníamos una oficina alquilada en la calle Ameghino (al 800, en Avellaneda) en el mismo edificio en el que funciona la Asociación de empresas de servicio fúnebre de Buenos Aires (ASEF). Ellos se acercan y nos dijeron que el sector no tenía regulación del estado, que no hay información sobre el rubro y que no hay una capacitación formal. Buscamos información y a un especialista y creamos la carrera”, cuenta el rector.
Y sigue: “Lo mismo con las organizaciones sociales. Por la relación que tenemos creamos la Diplomatura en microeconomía y economía social, especialmente pensando en las cooperativas (municipales del programa Argentina trabaja), para que puedan ser una unidad productiva y sus socios adquieran las herramientas de la economía social” para insertarse en el mercado incluso después de haber concluidos sus vinculación con la municipalidad que le dio origen. Otro caso es la Tecnicatura en Seguridad e higiene en la industria automotriz que firmó la casa de Avellaneda con el Sindicato de Mecánicos y Afines del Transporte Automotor (Smata). A comienzos de 2014 esos egresados protagonizarán la primera colación de grado de la historia de la UNdAv.
En Ezeiza, la UPE con un segundo año de dictado de clases en marcha, tiene un identikit poco menos difícil de recrear: “Fue creada con un perfil muy fuerte desde la firma de un convenio con al ANAC (Asociación Nacional de Aviación Civil, el ente que coordinó el traspaso de las operaciones aerocomerciales de la órbita militar a la civil). Está en permanente vinculación con su centro de instrucción (de pilotos) y ahora nos encargaron la presentación de protocolos que tiene que ver con el sector aeroportuario”, describió Ubieta.
A diferencia de sus predecesoras, los nuevos claustros tienden a dividirse en departamentos en vez de facultades. Esta segmentación facilita la transversalidad de algunas materias y la interdisciplinariedad. En la UPE hay uno específico para lo aeronáutico, otro para las carreras de desarrollo humano y ocupaciones, y uno para el desarrollo de software. “Son las tres aristas que nos constituyen, y pensamos en un cuarto departamento, de ingeniería, y una carrera nueva en gestión de la energía”, amplió Ubieta.