(Por Noelia Leiva) Hay un instante en el que las evaluaciones científicas dejan de ser un material de consulta para especialistas y se convierten en lo palpable: cuando las catástrofes naturales ocurren. A un mes de las inundaciones que afectaron a La Plata, la organización espontánea de los vecinos y vecinas se erigió como la bandera de la esperanza, porque evitó que se concretaran más pérdidas humanas que las registradas. La clave se encuentra en reemplazar la reacción tras el desastre por una planificación que permita salvar vidas y bienes.
Los 392 milímetros que azotaron al territorio platense, según datos confirmados por la propia Municipalidad en su portal, fueron más de lo que la estructura urbana estaba preparada para soportar. La crecida provocó, al menos, 52 muertes. Al tiempo que los expertos insisten en la necesidad de incluir los cambios climáticos en las políticas públicas, se puso en evidencia que los lazos sociales se conservan, aún en plena metrópolis. “Tuve 13 chicos en mi casa con sus mamás y papás. Los rescatamos porque se los llevaba la corriente. Con mi hijo abrimos la puerta para que puedan entrar y ubicarse mientras esperábamos a Defensa Civil y a los Bomberos, que no aparecían”, describió Élida Hermosa, que vive en el límite entre San Carlos y El Retiro, barrios vulnerados de la capital bonaerense.
Según relató, tener una casa “humilde” pero de dos plantas en las inmediaciones del Arroyo Del Gato fue la clave para que se convirtiera en asilo de emergencia de gente que “no conocía” y, durante los días siguientes, en posta de referencia para consultar si alguien podía donar colchones y comida, que no se habían distribuido en la periferia pese a que llegaban en abundancia desde toda la Provincia, enviados por particulares y agrupaciones. A 30 días, “las familias están bien, sólo que deben comprar de nuevo sus cosas porque se pudo recuperar muy poco” de lo que dañó el agua, que se aproximó al metro y medio en esa zona.
En el casco de La Plata nunca imaginaron que sentirían que se les mojaba hasta las rodillas como consecuencia de una tormenta. Cuando habían cedido las precipitaciones, Dolores Jofre y una amiga se acercaron hasta la céntrica plaza Brandsen -en 25 y 60 a metros de sus casas- para destapar con sus propias manos las bocas de tormenta, que estaban obstruidas “por barro y bidones”, precisó la mujer. Su esposo se recupera de un cuadro de hepatitis provocada por el contacto con objetos mojados, otro de los peligros que traen las inundaciones.
Según señaló la vecina, la medida que la Municipalidad incentivó para estar listos ante posibles contingencias consiste en disponer de “una mochila” que debería dejarse en la zona alta de las viviendas, con documentación importante, abrigo, chocolates, linternas y radio a pilas, entre otros objetos de valor. Según informó un parte oficial, el Ejecutivo local también pidió al Concejo Deliberante una “investigación” sobre la catástrofe. Sin embargo ¿había posibilidades de evitar el desastre? Incluso entre las familias que no se dedican al estudio científico la sensación es que sí.
Inundaciones, ese mal regional
En el informe “América del Sur: una visión regional de la situación de riesgo de desastres” que elaboró en enero último la Oficina de las Naciones Unidas para la Reducción del Riesgo de Desastres (Unisdr), se menciona que las inundaciones serían “muy frecuentes” en Argentina y la región, “como consecuencia de anomalías climáticas asociadas a la expansión urbana no planificada, la erosión y el uso no sostenible de la tierra”, acciones relacionadas con la acción humana.
En el país, una de las amenazas es el Fenómeno del Niño – Oscilación Sur (ENOS). Según cita el estudio, existe un análisis previo confeccionado para que los Estados sudamericanos establecieran el Plan de Acción Dipecho, un programa de preparativos ante catástrofes ambientales. Allí “organizaciones regionales y subregionales consultadas reconocieron ampliamente la relación entre el cambio climático y el riesgo de desastres en la región, al potenciar las amenazas meteorológicas con el consiguiente aumento en el número e intensidad de eventos climáticos”.
Aunque en el campo de la investigación física abundan los informes sobre los motivos de esta clase de situaciones de riesgo, hay instancias que deben ser involucradas en las decisiones gubernamentales, para que luego no sea sólo la acción social la que trate de evitar las consecuencias como las que sufrió La Plata y también atravesaron barrios de Quilmes, La Matanza y parte de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.
En esas áreas “siempre se vivió en base a la conciencia de que no era un territorio que se inundara. El problema de Pedro de Mendoza y de Juan de Garay cuando fundaron la ciudad (porteña) fue dónde ponían el fuerte porque, en realidad, todas las cuencas eran inundables”, graficó, en una entrevista con Eduardo Anguita, Eduardo Reese, arquitecto y miembro del Consejo de Expertos de la Fundación Metropolitana.
Esa ‘idiosincrasia’ rioplatense parece tener un fiel reflejo en el manejo de la infraestructura de las áreas con alto grado de concentración urbana, que no contempla que los sistemas hídricos que constituyen a la región necesitarán expandirse y convivir con las ciudades, y que crecen “sin políticas públicas regulatorias”, consideró el también docente universitario. El avance del cemento y la distribución desigual de la riqueza obligan a los sectores populares a construir vecindarios irregulares a la vera de los arroyos, lo que los deja más expuestos a anegamientos y enfermedades, y además complica el comportamiento natural de los sistemas hídricos.
“El suelo, que es un recurso natural escaso, en la metrópolis Buenos Aires siempre fue un motivo de especulación inmobiliaria y financiera”, sentenció, a su turno, Norberto Iglesias, también miembro de la Fundación y ex integrante de la Subsecretaría de Políticas Metropolitanas bonaerense. Esos intereses disputados sobre el territorio obligaron a repartirlo bajo diferentes autoridades estatales, que toman decisiones sobre su porción del espacio y que no siempre contemplan las consecuencias que sus acciones podrían causar en otros distritos.
En ese marco, el referente consideró urgente “discutir una ley de ordenamiento territorial nacional, que fije parámetros para todas las provincias de cómo debe ser un esquema de gestión y de planeamiento territorial con herramientas adecuadas y modernas”. En paralelo, “fortalecer al Estado” para que tenga los conocimientos y los recursos para aplicar estrategias de prevención. “Queremos destacar la imperiosa necesidad de avanzar en métodos y formas de cooperación interjurisdiccional, con el acento puesto en la colaboración más que en el enfrentamiento”, recalcó la Fundación Metropolitana en el comunicado que difundió a raíz de las inundaciones.
Ya en 2007 desde el Laboratorio de Hidrología de la Facultad de Ingeniería que pertenece a la Universidad Nacional de La Plata (UNLP) habían advertido que algunos cauces, como el Del Gato, tiene un “sistema de evacuación de excedentes pluviales insuficiente aún para tormentas frecuentes de baja magnitud”, según el análisis dirigido por Pablo Romanazzi. Y marca como causantes el alto grado de construcciones que “impermeabilizan” la cuenca y que los desagües están planificados para una menor cantidad de lluvias, no las propias de este tiempo. Según le informó el especialista a Informe Digital Metropolitano (IDM), trabaja con pares para la elaboración de otro informe que tienen en cuenta las últimas inundaciones y que será difundido durante el mes de mayo.
Después, rearmarse
Hubo otro material que se adelantó a la catástrofe. Hace tres años, la Fundación Metropolitana señaló en un IDM que en el distrito platense “el distribuidor (hídrico) construido en la entrada de la ciudad se estima que pudo haber repercutido en las inundaciones ocurridas años atrás”, lo que había surgido del análisis de situación tras un encuentro de Ciudades Resilientes promovido por la Estrategia Internacional para la Reducción de Desastres (EIRD), vinculada con la Unisdr. Ese espacio internacional fomenta la integración de plataformas en los países comprometidos con la mejora, integradas por organismos de gobierno y entidades privadas, entre las que figura la ONG.
Existe una Plataforma Nacional para la Reducción del Riesgo de Desastres que “reproduce una propuesta que viene de la EIRD, que es crear foros de discusión de organismos públicos nacionales, provinciales y municipales, y privados. No es un área de toma de decisiones pero sí trata de difundir cuáles son las mejores vías” para correrse del blanco de las pérdidas, definió Carlos Zaballa, integrante representante del Consejo Académico de la Fundación Metropolitana en ese plenario que se reúne dos veces al año.
Si bien el avance de las construcciones sin planificación se da especialmente en las urbes, al colectivo “no lo integran ni la Ciudad de Buenos Aires, ni La Plata ni el Conurbano”. Por eso allí se profundiza el objetivo del espacio, que es “ser escuchado por las autoridades”, enfatizó Zaballa. Los miembros se reunieron a un mes de las inundaciones del corazón bonaerense pero no pudieron llegar conclusiones sobre el hecho porque fue “muy reciente, se acordó programar debates con expertos”, indicó el especialista.
Con las fichas sobre la mesa y el repaso de las causas que, contempladas, hubieran reducido el daño, queda reponerse de la catástrofe. Cobra sentido un concepto surgido de las ciencias duras que fue resignificado por los estudios de la psiquis humana y que ahora es aplicado a las poblaciones: la resiliencia. Propone convertir los despojos de situaciones traumáticas en herramientas positivas para mejorar. Lo que en el inconsciente colectivo resuena como “volver a empezar”.
En la metrópolis Buenos Aires, recomenzar implicaría retomar los análisis de los científicos y aplicarlos en decisiones de gobierno a mediano plazo y con “alianzas locales” con las demás autoridades que rigen en el territorio, según propone la Unisdr en un decálogo tomado como referencia por la Fundación a través de la plataforma. También, según se desprende de esos pasos esenciales, se tendría que destinar un presupuesto para reducir riesgos ante futuros eventos naturales, así como en los sistemas necesarios para garantizar los datos precisos para la planificación.
Proteger escuelas, espacios comunitarios o verdes es otra de las variables que una ciudad debería tener en cuenta al reponerse de un mal, así como instalar desagües y aliviadores donde lo demanden los cursos de agua. Luego, informar y elaborar redes de rescate por si se produce una nueva catástrofe, para las que el compromiso vecinal como el que primó el 2 de abril último puede funcionar como un ejemplo a seguir.