Apuntes para un Sistema Nacional de Cuidados - Informe Digital Metropolitano

Apuntes para un Sistema Nacional de Cuidados

Por Pedro Capossiello – En toda sociedad hay personas que dependen de otras para desarrollarse o transitar su vida diaria. Esta demanda es absoluta o crece en los extremos etarios: niños y niñas, desde su nacimiento hasta sus primeros años, y personas mayores. También las personas con discapacidad requieren la atención de alguien más. Si bien esas necesidades impactan de modo directo sobre la vida de todas las personas, se han ido provocando fuertes asimetrías: entre hombres y mujeres, y entre las familias de mayores y menores ingresos. El bienestar de las personas, vinculado a sus requerimientos físicos y emocionales, no siempre ha sido asumido como una responsabilidad estatal sino más bien como un asunto doméstico. Relegado al ámbito familiar y librado a la división sexual del trabajo, tradicionalmente se reservó a la mujer las tareas del hogar y el cuidado de los miembros de la familia.

En este marco, reducir la brecha de género implica cambios en dos dimensiones, lo cultural y lo político. Un primer paso consiste en reconocer a las  tareas de cuidado como un trabajo y asumir la corresponsabilidad, entre hombres y mujeres y entre el Estado y las familias. Esto exige una mayor presencia del Estado y llama a responder con políticas integrales desde dos enfoques: la ampliación de derechos – a cuidar y ser cuidado –  y la perspectiva de género.

Desfamiliarizar

El sociólogo danés Esping Andersen habla de desfamiliarización para referirse a la posibilidad de descomprimir a las familias quitándoles el peso de tener que ocuparse por completo de los cuidados. En esa línea, la pregunta crucial es ¿Quién asume la responsabilidad por el bienestar de las personas en situación de dependencia? Y ¿Cómo está distribuida esa carga?

El deber del cuidado recayó históricamente sobre las familias y la división de roles, al interior de las mismas, fue en detrimento de las mujeres. Situación que se ve agravada frente a la falta de ingresos, recursos y el acceso a servicios. Dicho de otro modo, mientras algunas familias pueden tercerizar el cuidado, aquellas que no pueden hacerlo deben recurrir a otros mecanismos para enfrentarse a esa “doble carga” que la sociedad les impone: trabajar por dos, en la casa y fuera de ella. Esta realidad, deja como saldo la poco célebre estadística que indica que una mujer con empleo dedica más horas al hogar que las dedicadas por un varón desempleado[1].

 Eso que llaman amor es trabajo no remunerado

El cuidado – como dice la socióloga uruguaya Karina Batthyány – es el nudo crítico de las desigualdades de género, cruza lo público y lo privado. El problema es multidimensional. Las relaciones de género sostienen y estructuran el funcionamiento de nuestras sociedades. Al haber sido concebido como un asunto doméstico, el cuidado fue históricamente ocultado, desconociendo su valor como sostén de la economía. Sin las tareas de cuidado en los hogares, la economía de un país no podría seguir funcionando. En efecto, el trabajo de cuidado no remunerado asciende al 24,3% del PBI en Argentina[2]. En ese sentido, se debe avanzar en materia de reconocimiento del valor económico del cuidado para así poder garantizar el derecho a brindarlo.

Actualmente, el mercado laboral descansa sobre trabajo no remunerado, una labor que es vital para el sistema económico pero que no es reconocida por este. En las tareas de cuidado hay una alta informalidad y este tipo de trabajos se realizan, en su mayoría, en condiciones precarizadas. Si bien, en las últimas décadas, la participación de las mujeres en el mercado de trabajo aumentó significativamente – en los años 60 sólo 2 de cada 10 mujeres adultas trabajaban fuera de su hogar, hoy son casi 7 de 10 –  las tareas de cuidado se ven delegadas en otras mujeres de menores ingresos.

Más allá de esa creciente incorporación de las mujeres al mercado laboral la relación con este sigue sin ser la esperable. Como señala Georgina Sticco, en la Argentina el 44,3% de las mujeres logran insertarse laboralmente versus el 63% de los varones, cifra que da cuenta que a las mujeres les sigue costando más la inserción y lo suelen hacer en determinados puestos feminizados, vinculados a los roles tradicionalmente asignados. Por su parte, Florencia Caro Sachetti advierte que esa menor participación se da porque realizan tareas no remuneradas en sus casas siendo el trabajo en el hogar la base de la disparidad: ellas hacen el 76% de estas tareas no pagas (trabajo doméstico) versus el 24% de los varones. Además, cuando las mujeres ingresan al mercado laboral suelen hacerlo menos horas y en peores condiciones salariales. De hecho, sus trayectorias laborales – así como educativas – suelen interrumpirse en  edades reproductivas. La maternidad profundiza la brecha de género.

Feminización de la pobreza

Las mujeres, quienes suelen ser las proveedoras de salud en las familias y comunidades, no son tenidas en cuenta por los sistemas de salud. Así se transforma al cuerpo de la mujer en un cuerpo desatendido por los profesionales de este campo. Quienes cuidan, son quienes más en descuido están. Además de los factores económicos, culturales y políticos mencionados hasta aquí, existen estos otros vinculados a las condiciones en que se realizan las tareas de cuidado a los cuales debe incorporarse la dimensión urbana y de infraestructura, habitacional, sanitaria y de transporte. La cara femenina de la pobreza revela que la cotidianeidad de quienes cuidan las enfrenta a esa desigual distribución del bienestar, con claras consecuencias físicas y psíquicas, que repercuten en su salud.

Hombres versus mujeres: ¿A qué dedican su tiempo diario?

El contraste entre hombres y mujeres se hace más visible si uno compara los usos del tiempo. Mary Acosta del Consejo Profesional de Ciencias Económicas de Córdoba explica  que “las mujeres destinan al trabajo reproductivo 6,4 horas diarias, frente a 3,4 horas en el caso de los hombres”. Recuperando las cifras de la encuesta realizada por el Indec en 2013, en la Argentina, 9 de cada 10 mujeres hacen estas labores mientras 4 de cada 10 varones no hace absolutamente ninguna de ellas, y una mujer ocupada full time, dedica más tiempo al trabajo doméstico (5,5 horas) que un hombre desempleado (4,1 horas). Lo preocupante es, según Mary Acosta, que esas desigualdades no presentan cambios sustanciales en los últimos años.

Crisis del cuidado

La crisis del cuidado en Argentina no ha explotado aún, sin embargo, se prevé un agotamiento del bono demográfico. Esto significa, como detallan desde CIPPEC, que las capacidades familiares se hallan cada vez más en deterioro frente a una demanda creciente de personas que prestan cuidado. Esa contradicción socioeconómica, que comprende el ingreso masivo de las mujeres al mercado de trabajo bajo un patrón cultural que les continúa reservando el cuidado, se agudiza frente a la presión demográfica signada por la mayor esperanza de vida poblacional. Actualmente,  hay menos personas dependientes que personas en posición de proveer cuidado, sin embargo, esa relación se invertiría en un par de décadas.

Para cuidar se precisa tiempo, dinero y servicios, recursos de los que muchas veces carecen las familias y que recaen sobre las mujeres. Como menciona Gimena de León, la Argentina cuenta con algunos instrumentos en materia de cuidados como el Proyecto de la Ley Federal de Cuidados (2015) – pueden mencionarse también las licencias familiares en CABA (2018). Más allá de ellos, sigue habiendo un sesgo maternalista en el sistema de protección social, el cual debe realizar un mayor esfuerzo para redistribuir la carga de forma más equitativa. Del mismo modo, debe asumirse un compromiso que incumba a los distintos niveles de gobierno, para ampliar la oferta de herramientas e ir alivianando la carga a las familias.

El Estado debe ponerse por delante de la cuestión, adoptando un enfoque de género y una perspectiva de derechos que garantice el acceso a las personas en situación de dependencia a ser cuidados y que brinde condiciones dignas de trabajo para quienes presten ese servicio. Asistir las necesidades de la primera infancia, adultos mayores y personas con discapacidad requiere de un sistema nacional que tome la cuestión del cuidado como una política específica.

Para ello pueden tomarse algunos modelos como el Sistema Nacional de Cuidados uruguayo el cual contempla a las tres poblaciones dependientes; o el modelo escandinavo que cuenta con un régimen de licencias equitativo y logra conciliar la responsabilidad de las familias con un alto grado de involucramiento de los padres en la crianza de los niños. En términos de políticas concretas en las que se podría avanzar, la expansión de la oferta de cuidados para la primera infancia marca una potencialidad, como explica de León, ya que se trata de una franja no cubierta por el sistema educativo y que exhibe la posibilidad de reducir la brecha de género.

Referencias

[1]www.indec.gob.ar_04_14.pdf

[2]Alzúa & Cicowicz, 2018, en CIPPEC 2018.