POR MICAELA GIOVANNA LATTANZI
Hace 4 años, el 9 de abril, fue declarado en Argentina por la Asociación Civil EcoFeminita como el Día Nacional del Pago Igualitario. La elección de la fecha no es casualidad, según el INDEC, la brecha salarial por género al 31 de diciembre de 2017 era del 27%, lo que llevaba a que las mujeres tuviéramos que trabajar más de 3 meses extra para equiparar nuestro salario al de los hombres, estos tres meses nos sitúan en el 9 de abril de 2018.
Según los últimos datos presentados por el informe de Ecofemidata para la segunda mitad del 2021, la brecha se ubicaba en el 26% lo que implicaba un ingreso promedio de $53.200 por mes para los varones y $39.400 para las mujeres, es decir, nosotras ganamos $165.600 menos que ellos por año, más de 5 salarios mínimos.
A esto se le suma algo más grave, en las edades centrales (30 a 64 años) 63 de cada 100 mujeres se encuentran empleadas y 87 de cada 100 varones. Es decir, no solo hay diferencia en el salario sino en el tipo y la proporción de trabajo al que podemos acceder, “la brecha es en realidad el síntoma de otros problemas más profundos, la parte visible de otras desigualdades” (Gala Díaz Langou).
Estas desigualdades tienen varias causas, en primer lugar, las mujeres somos las encargadas (de forma mayoritaria) de las tareas de hogar y de cuidados, del total de personas que realizan estas tareas, 72% son mujeres y 28% son varones. Esto, además de ser un problema por los estereotipos sociales y culturales que nos asocian a las mujeres a este tipo de labores no remuneradas, nos quita posibilidades de inserción en el mercado laboral. Las tareas de cuidado y del hogar quitan horas que podrían ser dedicadas al desarrollo profesional, esto se evidencia en que, según el INDEC, el porcentaje de mujeres que trabajan a tiempo parcial es mayor que el de los hombres. También es importante tomar el factor de la maternidad, que reduce el acceso a ciertos tipos de trabajo (es común escuchar testimonios de mujeres que en entrevistas laborales fueron cuestionadas sobre si deseaban o no maternar) y también lleva a acceder a puestos que permitan balancear las tareas de cuidado con las laborales.
Por otro lado, los trabajos a los que accedemos las mujeres son en general peores pagos que los de nuestros pares varones. Esto, tiene que ver con la dificultad de acceso a mejores puestos de trabajo, de poder y de decisión, impuesta por barreras sociales y culturales como los techos de cristal (que ponen un tope a los ascensos y escalas de ingresos de las mujeres) y los pisos pegajosos (que no permiten crecer en la carrera laboral), tanto es así, que el porcentaje de varones en puestos de dirección y jefatura es un 75% superior al de las mujeres.
La situación empeora en los ámbitos de trabajo no formal, según un informe de la Organización Internacional del Trabajo (OIT), en Argentina la informalidad nos perjudica en mayor medida: la tasa de empleo no registrado es del 37% en el caso de las mujeres, comparada con el 32% de los varones. Las trabajadoras informales y de casas particulares tienen las tasas más altas de precarización y los salarios más bajos de la economía. Aproximadamente el 70% de ellas no cuenta con vacaciones pagas, no percibe aguinaldo, licencia por enfermedad, y no cuentan con cobertura de salud, entre otros beneficios del trabajo registrado.
La OIT también señala en su informe que en la brecha salarial de género existe una parte “explicada” y otra “no explicada”. La primera, corresponde a los atributos del capital humano, como “la edad, la experiencia y la educación”, mientras que la segunda está relacionada “con la menor remuneración a las mujeres por trabajo de igual valor”. Sobre esto, afirma la OIT, en muchos países “las mujeres tienen un nivel de educación superior que los hombres que ostentan las mismas categorías ocupacionales, aunque cobran salarios inferiores”. En el caso argentino, un 45% de las mujeres en el mercado laboral posee estudios terciarios (completos o incompletos), mientras que solo el 30% de los varones tienen títulos similares, es decir, ellos consiguen más empleo, mejores cargos y más salarios.
Los datos son claros, tomar acciones en pos de hacer desaparecer la brecha es urgente. Una de las formas más eficaces de reducir la desigualdad salarial entre mujeres y hombres es el aumento del salario mínimo vital (o salarios mínimos) y la protección social universal . Esta última, implica una compleja matriz de esquemas y programas que cubren los diversos riesgos sociales: vejez, invalidez, fallecimiento y acceso a servicios de cuidados de salud, desempleo, maternidad, riesgos de trabajo y enfermedades profesionales.
Otras medidas que podrían ayudar a acortar esta brecha son las referidas a las tareas de cuidado como la ampliación de licencias parentales y políticas que ayuden a la reinserción laboral de las mujeres luego de la licencia por maternidad. En Argentina las licencias por maternidad son obligatoriamente de 90 días, frente a los 2 días asignados para los varones, esto lleva a que se mantenga el paradigma de las mujeres como cuidadoras, ampliar las licencias parentales sería un paso enorme hacia la igual distribución de las tareas de cuidado y por ende de trabajo remunerado.
Acabar con la brecha salarial entre hombres y mujeres es un paso vital hacia el camino de una sociedad más igualitaria, ya que implica también acabar con los estereotipos de género, eliminar los obstáculos institucionales y compartir las responsabilidades familiares de manera igualitaria. Es importante destacar que la desigualdad salarial es un problema mundial, a las mujeres nos pagan menos que a los hombres, la brecha salarial de género en el mundo alcanza valores del 23%, es decir ganamos 77 centavos por cada dólar que ganan los hombres, por lo que los esfuerzos por acortar esta brecha son generalizados, urgentes y requieren el compromiso de entes gubernamentales, empresariales y de la sociedad en su conjunto.